No hay pruebas más contundentes que La Noche de los Museos para mostrar que, a Barracas le falta algo: Eventos. El sábado 14 de noviembre fue el evento y todo el barrio salió a la calle. La gente entraba y salía de la escuela Manuel Belgrano, mirando curiosos el mural alumbrado por dos poderosos reflectores. Adentro alumnos daban recorridas guiadas mostrando las reproducciones. Un conjunto escultórico mostraba una réplica de donde se guarda el corazón de Enrique Segundo. Lo más impactante era, sin embargo, ver a los jóvenes rodeados de adultos explicando cómo, a través del programa “Aprender Trabajando”, se pudieron reconstruir estas piezas.
Pero afuera era de noche, y no hacía frio ni calor, salvo en las calles transitadas. Si el clima acompañó, fue solo porque al final de cada evento siempre refresca, pero mientras uno está absorto entrando a los túneles de Santa Felicitas uno no se da cuenta. Porque hay que bajar la cabeza para pasar por el metro cuarenta que implica la entrada, y porque hay que hacer cola, pero como es La Noche de los Museos, el corazón no se agita. Salvo cuando se baja el primer escalón: Ahí el cuore se oculta ante un escondite extraño, adornado a tono con la época que fue vivida y que marcó un hito en la historia del barrio. Y la gente bajaba la voz, porque la historia no es tan liviana cuando se la transita por dentro. Y los actores que representaban a los personajes época realmente calaban los huesos. Y menos mal que una noche al año publicitan que se puede ir. Y que te cuentan que se hace todo el año.
Después de salir por la puerta da la iglesia abarrotada de gente pudimos pasar por el Museo del Cine, donde el grupo Fuga Gráfica expuso un show que visualmente interrumpía el normal funcionamiento de los ciclos corporales, incluyendo el tan preciado sentido de la realidad. Una atmósfera lúgubre en el nuevo Museo del Cine, si bien eso está discutido y la polémica parece recién comenzar. Pero la imagen de un hombre caminando incesantemente proyectada contra dos paredes opuestas, realmente logra que uno quiera transitar esos lugares alejados.
Y a la vuelta está la casa de Marino Santa María, con su pasaje Lanín y su humor que desborda. Y decile a la historia que nunca se lo vio de mal humor, y que cuando eso sucede solo puede cambiarse el nombre, porque Marino Santa María tiene la sonrisa clavada. Y así recibió a todo el mundo que pasó, con su Museo al Aire Libre y sus serigrafías en el momento (o era acaso otra técnica) con la cara de Gardel. Y bandas que tocaron durante toda la noche.
Y después, volver, topándose con gente que también vuelve con ese andar de “no sabés lo lindo que estaba Barracas”.
Pero afuera era de noche, y no hacía frio ni calor, salvo en las calles transitadas. Si el clima acompañó, fue solo porque al final de cada evento siempre refresca, pero mientras uno está absorto entrando a los túneles de Santa Felicitas uno no se da cuenta. Porque hay que bajar la cabeza para pasar por el metro cuarenta que implica la entrada, y porque hay que hacer cola, pero como es La Noche de los Museos, el corazón no se agita. Salvo cuando se baja el primer escalón: Ahí el cuore se oculta ante un escondite extraño, adornado a tono con la época que fue vivida y que marcó un hito en la historia del barrio. Y la gente bajaba la voz, porque la historia no es tan liviana cuando se la transita por dentro. Y los actores que representaban a los personajes época realmente calaban los huesos. Y menos mal que una noche al año publicitan que se puede ir. Y que te cuentan que se hace todo el año.
Después de salir por la puerta da la iglesia abarrotada de gente pudimos pasar por el Museo del Cine, donde el grupo Fuga Gráfica expuso un show que visualmente interrumpía el normal funcionamiento de los ciclos corporales, incluyendo el tan preciado sentido de la realidad. Una atmósfera lúgubre en el nuevo Museo del Cine, si bien eso está discutido y la polémica parece recién comenzar. Pero la imagen de un hombre caminando incesantemente proyectada contra dos paredes opuestas, realmente logra que uno quiera transitar esos lugares alejados.
Y a la vuelta está la casa de Marino Santa María, con su pasaje Lanín y su humor que desborda. Y decile a la historia que nunca se lo vio de mal humor, y que cuando eso sucede solo puede cambiarse el nombre, porque Marino Santa María tiene la sonrisa clavada. Y así recibió a todo el mundo que pasó, con su Museo al Aire Libre y sus serigrafías en el momento (o era acaso otra técnica) con la cara de Gardel. Y bandas que tocaron durante toda la noche.
Y después, volver, topándose con gente que también vuelve con ese andar de “no sabés lo lindo que estaba Barracas”.
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